El hombre no es sedentario por naturaleza, sino por necesidades culturales, o sea, de cultivo. Desde que abandonando su condición de recolector se cambió a la de agri-cultor, tuvo que renunciar al nomadismo para pasarse al sedentarismo. Fue su empeño en ser propietario de un trozo de tierra y de sus frutos lo que le obligó a asentarse lo más cerca posible, para impedir el acceso a los demás. Pero estos asentamientos han sufrido toda clase de alteraciones: forzadas unas, por guerras, deportaciones y escasez de alimentos, y voluntarias otras, movidas por el instinto nómada que llevamos en la sangre. Movidos por este instinto, pueblos enteros han vagado de un sitio para otro, cambiando con frecuencia de asentamiento; y por obra también de ese instinto, millones de hombres y mujeres han recorrido grandes distancias por visitar lugares remotos. A los que han hecho estos largos viajes por motivos religiosos se les llamó romeros o peregrinos. A los que tenían cualquier otro motivo se les denominó viajeros y en la actualidad a los que viajan por razón de recreo, cultura, curiosidad o descanso se les denomina turistas, palabra obtenida del francés.
La palabra romero se empleó originalmente para denominar al que peregrinaba a Roma, que fue el mayor centro de peregrinación de la cristiandad, porque en la mayoría de los casos peregrinar era igual que ir a Roma. Era la peregrinación por antonomasia. De ahí el nombre de romería. El tiempo acabó reservando este nombre para las peregrinaciones a las ermitas, de muy corto recorrido y festivas tanto como devotas. Las romerías cumplieron la magnífica función de propiciar la exogamia.
El nombre de peregrino procede del latín peregrinus, de significado distinto al que le damos nosotros. En virtud de los elementos que forman la palabra, compuesta de per (por) más ager, agri, = campo de cultivo (cfr. agri-cultura), peregrino tendría que ser el que recorre los campos, el que va por los campos. Sin embargo, para los romanos peregrino era el extranjero, y se usaba este término en oposición a ciudadano. Cuando decimos por ejemplo que alguien ha tenido una idea peregrina, retomamos este significado, refiriéndonos a que se trata de algo exótico, fuera de lo habitual. Para los romanos el peregrinus estaba desprotegido legalmente, pues no le era aplicable el derecho romano.
Incluso se le llegó a llamar al principio hostis (enemigo), tal era la desconfianza que el extranjero inspiraba en los ciudadanos. Por eso necesitaron acogerse al ius hospitii, el derecho de hospitalidad (de aquí derivan hospedaje, hospedería, huésped, hostal, hostelería y hospital), en virtud del cual el extranjero o peregrino se acogía a la protección de un ciudadano mediante el contrato de hospitalidad, llamado sponsio, y más adelante sin contrato. Del fenómeno de los peregrinos nació el ius gentium de los romanos, que luego denominaríamos derecho internacional. El instrumento del contrato de hospitalidad entre los griegos fue el sumbolon (sýmbolon), una piedra partida en dos que se juntaba (sun ballw / syn bállo= poner con) para comprobar su autenticidad.
Mariano Arnal
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